Adiós al rey del blues
Hoy el blues no se canta. Se llora. No importa cuántas palabras, artículos, reflexiones, poemas, columnas, párrafos y crónicas se escriban sobre el legado de B.B. King. Todas, todas se van a quedar cortas en el intento de capturar la magia, el dolor y el sentimiento que fue capaz de arrancarle a Lucille, su amada guitarra. Y es que hoy, el blues, ese delicioso, sensual y atormentado sonido que alimentó el músico, no canta. Llora al quedar huérfano.
King, leyenda del blues e influencia para distintas generaciones de músicos, falleció a los 89 años, la noche de este jueves, de acuerdo a Patty King, hija del artista. El legendario guitarrista, quien ofreció conciertos hasta el año pasado, se encontraba recibiendo cuidados paliativos en su casa de Las Vega, según se había informado el 1 de mayo en un comunicado.
La noticia de la muerte de King provocó un despliegue de homenajes de músicos de todas las generaciones, que consideraban a King como un artista de gran influencia, pero además la reacción en otros ámbitos, incluso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama que consideró es una gran pérdida para la cultura en la Unión Americana. “El blues perdió a su rey y Estados Unidos perdió una leyenda”, señaló Obama en un comunicado, acotando que “esta noche (del jueves) habrá una tremenda sesión de blues en el cielo”.
Del suelo al Paraíso
El blues creado por King no se podría entender sin todos los golpes que enfrentó en la vida. Un hombre cuya sensibilidad y dolor quedó plasmada cada vez que tocaba las cuerdas de su guitarra. Nacido en una familia pobre de Mississipi como Riley B. King, la futura leyenda aprendió a tocar una guitarra que le dio el propietario de unas plantaciones cuando tenía 12 años.
King aprendió a dominar el instrumento y más tarde bautizó su guitarra con el nombre de “Lucille”. Actuó en 1968 en la sala de conciertos Fillmore West de San Francisco, un paraíso para los hippies, y un año después fue telonero de los Rolling Stones en 18 conciertos en Estados Unidos. Interpretaba su tema insignia, “The Thrill is Gone”, que reflejaba la angustia a menudo tan característica del blues, con punteos cortos de guitarra.
En 2003, la revista Rolling Stone afirmó que era el tercer guitarrista más importante de la historia después de Jimi Hendrix y Duane Allman y por delante de Eric Clapton. Su estilo no se centraba en la velocidad o en acordes amplios, sino en notas sostenidas y bien escogidas.
King llegó a ofrecer más de 300 conciertos al año. A pesar de padecer diabetes crónica en las últimas dos décadas, hasta hace muy poco mantuvo un calendario de giras que cansaría a músicos mucho más jóvenes que él.
Otra de las razones que llevaba a King a seguir haciendo kilómetros de gira era su esperanza de mantener vivo el blues. “Con la excepción de la radio por satélite, hoy no se escucha blues en la radio. Así que una de las razones por las que viajo tanto es porque puedo llevar la música a la gente”. Hoy el blues amanece distinto. Como si le faltara una nota larga o una cuerda afinada. Aprendiendo a andar y crecer sin el hombre que por tantos años lo alimentó con millones de notas, sonrisas y memorias.
Fuente: El Informador