Mi crisis de los 30: “Aunque no lo quieras aceptar, ya eres una señora”
La sensación de escuchar por primera vez un “Señora” refiriéndose a ti, es indescriptible: una mezcla entre golpe en el estómago y un microinfarto, ¿coincides conmigo? Sí, sé que sólo es un título, pero pega fuerte, y al mismo tiempo reconozco que hay cosas que me hacen confirmar que, quizá después de todo y aunque duela aceptarlo, sí soy una señora.
¿A ti te “pegó” el título tanto como a mí? Dime por favor que no estoy loca y este es un sentimiento real y común. Y es que llegas a una edad donde te encuentras en el limbo entre ser una señora para los ojos de muchos, pero no sentirte una en lo más mínimo.
Debo confesar que siempre me han dicho que no aparento mi edad (33), 26 es un promedio de lo que me calculan (aunque mi hermano dice que parezco de 12 años, es taaan lindo), y aún así no me he salvado de que en más de una ocasión me hayan dicho señora. Recuerdo cuando lo escuché de boca de italianos, ni el idioma más bonito del mundo hace que esa palabra pierda su peso.
¿Pero por qué me (nos) cuesta tanto trabajo escuchar que nos llamen señoras? En definitiva no soy la única, al menos mis amigas y algunas conocidas coinciden comigo en el rechazo hacia esa palabra, y quizá mucho tiene que ver con a qué lo relacionamos.
En mi mente, señora siempre ha sido una mujer, más allá de la edad, casada y/o con hijos. Y no cumplo con ninguna de esas características y, como platiqué la semana pasada, no está en mis planes tener hijos, entonces sólo quedaría el tema del matrimonio… Aunque tampoco es que sea mi sueño. Ojo, creo en el amor y la pareja, mas tengo mis dudas con la “institución” del matrimonio.
Entonces, ¿eso cómo me deja, como una señorita eterna? Es bastante rándom pensarlo, y no es que me guste, preferiría que me dijeran Mary o Licenciada (no’cierto). En realidad sé que llegará un punto en el que deba aceptar el título de señora con o sin argolla y/o hijos, pero no a los 30, por favor.
Y sé que hay mujeres que no tienen conflicto con que las llamen así, todo lo contrario, pero en realidad no me siento una señora. Es más, ni siquiera sé en qué momento superé la barrera de mis veintes.
No me malinterpreten, en verdad disfruto la libertad que me dan mis 30: trabajar en lo que amo, ser dueña de mi vida, tomar mis decisiones, viajar sin pedir permiso, salir, declarar impuestos… bueno, eso en realidad no. Pero al mismo tiempo, no me considero una señora con todas sus letras.
Quizá también tiene un poco que ver con los “modelos de señora” con que muchos crecimos. Si me pongo a pensar en cómo veía a las señoras cuando era niña o adolescente, inmediatamente me remonta a mujeres como mi mamá, mis tías o maestras: mucho más serias que yo, con trabajos que nada tienen que ver con el mío, la mayoría con hijos, una casa, esposo y coche (sí, ya quedó claro que no tengo nada de eso, porque millennial minimalista, y también soy feliz)… y ni decir de la forma de vestir. Si mi tía me viera con los jeans rotos, más de un comentario, si no es que regaño, sí me soltaba.
Sin duda, los tiempos han cambiado y las treitañeras con ellos. Las mujeres de 30 actualmente estamos “algo locas”, dirían algunos, pero en definitiva hemos roto esquemas e ideas que durante años nos inculcaron, nos rebelamos contra nosotras mismas y las ideas que de niñas teníamos. Y no, no somos irresponsables, simplemente ya no estamos dispuestas a encajar en un molde.
Tal vez por eso es que nos cuesta tanto trabajo entrar en ese título que también es un estereotipo. Porque no lo neguemos, durante mucho tiempo se creyó que al “volverte señora” (AKA casarte o “envejecer”), tu vida cambiaba y todo lo que hacías en tu juventud se quedaba en el olvido, porque no encajaba con tu nueva vida.
Hoy sabemos que con o sin hijos, casada, soltera o divorciada, y sin importar tu edad, tienes derecho a vivir, a continuar disfrutando tus pasiones, luchando por tus sueños, viviendo a plenitud, porque ni los hijos ni el matrimonio son un grillete que te robe tu libertad, sino una decisión personal y una etapa para seguir creciendo.
Y es aquí donde me pongo a pensar que quizá debería empezar a hacer las paces con el “señora” y apropiarme del título, hacerlo más “cool”, porque después de todo sí me estoy convirtiendo en una señora o mujer más grande, incluso madura. En especial lo noto cuando no logro comprender del todo a los jóvenes (¿notan la ironía?).
En más de una ocasión me he escuchado quejándome de los “chamacos de ahora” (¡Dios, soy mi tía!) y su incapacidad para entender los límites, el respeto y alinearse a una pandemia, porque “en mis tiempos…”. Sí, lo acepto, es un juicio y sigo trabajando para combartirlos, pero a veces es difícil encontrar la línea entre juzgar y decir la verdad frente a algo que nos afecta a todos.
Tampoco puedo negar la brecha generacional. Tengo más de 15 sobrinos (segundos) y aún así a veces no les agarro el hilo a las “cosas de adolescentes”. Puedo tener mi cuenta de Tik Tok y practicar en secreto alguno de los bailes (sé que también lo haces), pero no me verán subir un solo video.
En primer lugar porque no me considero con la gracia suficiente y, en segunda, porque no domino la aplicación… Lo siento, me quedé en Instagram y con el tiempo he tenido que aprender sobre otras plataformas y tecnología, aunque ya a uno le cuesta.
También conozco a varios youtubers y tiktokers, pero no logro conectar con ellos porque, definitivamente, ya no soy su target. Asimismo, hay cosas de la moda y el maquillaje que no logro comprender, entre otras tantas… Y ni hablar por mi amor por ir al supermercado y recorrer los pasillos, o ir a desayunar o comer con mis amigas antes que a un antro.
Por suerte no tengo plantas, por el bien de las pobres, sólo una lechuga que me regalaron, pero tengo dos perros, y alimento a un colibrí y a un gato que vienen a visitarme… Ok, tal vez sí puedo comenzar a encajar en el término señora a mi estilo, pero al final señora.
En conclusión, creo que nuestro rechazo (o al menos en mi caso) por el título señora, tiene menos que ver con sufrir el Síndrome de Peter Pan que con el hecho de no encajar con ese estereotipo de señora con el que la mayoría creció. Por lo que quizá, como mencioné, sea momento de apropiarnos de él y ser la nueva ola de señoras.
Y no, no tengo nada contra las “señoras de antes”, sin embargo, los tiempos cambian y las generaciones también. Así que tenemos derecho a crecer y escribir nuestra propia historia, ¿no creen?
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Fuente: Salud180.com