REDESCUBRIENDO El Mal
Lo único que se necesita para que el mal triunfe
es que los hombres buenos no hagan nada.
Edmund Burke
Por: José Miguel Cuevas Delgadillo.
Definir el mal es extremadamente complicado. Lo es porque existen diferentes apreciaciones filosóficas y teológicas. El mal es en la actualidad el tema fundamental de nuestra sociedad. Basta echarle una hojeada al periódico, revisar las noticias en internet o en la televisión, escuchar a las personas de nuestro alrededor: todo tiene que ver, de una o de otra forma, con el mal. La historia de la humanidad –según nuestra tradición judeo-cristiana– se ha caracterizado por la presencia del mal en toda nuestra vida cotidiana. Desde la muerte de Abel por parte de su hermano Caín, hasta la violación de niños por parte de sacerdotes. El origen del mal es complejo. Son diferentes factores los que influyen en la manifestación de la maldad. Para San Pablo –según se desprende de la lectura de algunas de sus epístolas– el ser humano está conformado por una dualidad: una inclinación a lo malo y otra a la bueno, ambas luchan y de vez en vez el mal predomina sobre el bien. Para el teólogo San Agustín, el ser humano nace con una naturaleza mala, una inclinación predispuesta, cuasi genética, para realizar acciones “pecaminosas”, para realizar lo malo. Según la perspectiva de Agustín, el ser humano está fatalmente predestinado a realizar lo malo mientras está expuesto a las tentaciones de este mundo. Para los sociólogos la causa del mal radica en la pobreza y la falta de educación. Por su parte, los psicólogos establecen una esencia “instintiva y animal”, por aquello de la evolución. Lo cual motiva, inconscientemente, a realizar lo malo. Los historiadores –principalmente los marxistas– sitúan el origen del mal en la injusta distribución de la riqueza, la propiedad privada y la acumulación desmedida de los bienes. Ante todo, el mal, es una manifestación voluntaria, una decisión consciente. Independientemente de lo que pueda motivarla, es una acción de nuestro libre albedrío. Por lo tanto, nosotros decidimos si hacemos el mal o el bien.
Pero resulta que en la actualidad el mal es más terrible, intenso e insólito que años atrás. Vivimos tiempos en donde la maldad viene en aumento a pasos acelerados. Las imágenes en medios de comunicación e internet así lo demuestran. Guerras y represiones; pederastia sacerdotal y explotación sexual infantil; instituciones corruptas; niños y adolescentes matando con armas de fuego; atentados terroristas, entre otras realidades que vivimos en todo el mundo. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta realidad tan cruda e insufrible? Quizá los optimistas digan: “No todo es malo, hay mucho rescatable”. Comparto el punto; sin embargo, el mal está cada día, avanzado sobre el bien, lo está replegando. “El bien siempre triunfa, no debemos preocuparnos”, dicen otros. Como si el bien fuera una esencia animada que puede combatir por sí misma. El problema radica en la terrible pasividad que los hombres buenos llegan a desarrollar. ¿Cómo se combate al mal? Uno de los discípulos de Jesús lo sentencio en la siguiente frase: “Vence con el bien el mal”. O en palabras del mismo Jesús: “No pagues mal por mal”. La sublime sugerencia parece simple. Lo es, pero profunda en su significado. Vencer el mal es disponerse a combatirlo, a no callar, a proclamar la justicia y a vivir en una constante guerra contra lo malo; contra la injusticia, contra lo indeseable, contra lo que perjudica a los demás, contra lo que daña al prójimo. Hasta la próxima. Orientador Familiar y Conferencista. Consultas Celular 323 124 42 71.